Ciudad del Este. Vender todo, cerrar una etapa y empezar de cero en otro país no suele ser una decisión improvisada. Para Paulo y Roberta, junto a sus hijos Emanuel, Gael y Amaia, fue una elección pensada, cargada de miedo, coraje y esperanza. Dejaron Río de Janeiro y cruzaron la frontera rumbo a Paraguay con una convicción clara: buscar una mejor calidad de vida para su familia.
“Vendimos todo. Muebles, electrodomésticos, cama, sofá, heladera, sillas. Cada cosa que salía de nuestra casa era una mezcla de miedo, dolor y coraje”, relata Paulo. La despedida no fue sencilla, especialmente para Gael, uno de los hijos, quien es autista. Los cambios, en su caso, implican un desafío aún mayor.
Preparar la mudanza se transformó en un ritual familiar. Doblar la ropa, armar las maletas y acomodar recuerdos fue parte de un proceso emocional profundo. “Cada doblez era una promesa de cuidado”, describe el padre. La familia emprendió el viaje en ómnibus, dejando atrás una gran ciudad, con el corazón apretado pero con la fe intacta.
Durante el trayecto, el paisaje acompañó la reflexión. Plantaciones interminables, caminos largos y silencios necesarios reforzaron la certeza de que la decisión estaba tomada por los hijos. “Sabíamos que era por ellos”, señala Paulo, al recordar el trayecto hacia la frontera.
El cruce del Puente de la Amistad marcó un punto simbólico. Un nuevo país, la misma familia y una historia que empieza de nuevo, esta vez en Paraguay. La mudanza no respondió a un impulso, sino a una búsqueda concreta de libertad, tranquilidad y un entorno más favorable para criar a los hijos.
Historias como esta se repiten cada vez con más frecuencia en la región. Familias brasileñas, especialmente de grandes centros urbanos, comienzan a ver a Paraguay no solo como un lugar de paso, sino como un destino posible para vivir, trabajar y proyectar el futuro.



